22. Súper almuerzo

martes, 25 de diciembre de 2007

Pero déjenme decirles que existen también otras armas, que a simple vista parecen objetos inofensivos, comunes y cotidianos que no merecen la mínima atención. Y tal vez eso es lo que las vuelve tan poderosas.

Hoy, por ejemplo, el día estaba bastante inestable en la capital (y diría que mi estado de ánimo también.) Por suerte el Ingeniero no vino a la oficina, así que pude tomarme mi hora de almuerzo sin sobresaltos. Y tuve incluso la mayor suerte de poder juntarme a almorzar con una gran amiga (una hermana casi); de nombre exótico, y sentido del humor todavía más exótico.
Comimos entre risas, charlas, y gente jugando carreras de bandejas. Pero lo que quiero destacar de esta anécdota no es lo bien que lo paso con mis amigos, ni lo sociable que soy. Lo verdaderamente importante en todo esto, es que al salir se había largado a llover con intensidad, y mi amiga se había dejado su paraguas en la oficina. Entonces se quedó parada, observando el mundo detrás de la puerta automática con cara de pollo mojado (y eso que todavía estaba seca.) Tenía el mismo aspecto de las muchas damiselas indefensas y en apuros que tengo que socorrer continuamente. Y a pesar de la falta de antifaz, capa y pistolita, recurrí a un arma simple pero poderosísima: saqué mi paraguas y la cubrí con él, para acompañarla hasta la puerta de su trabajo.
Y una vez más, Súper Crispín cumplió exitosamente con su misión.

21. La belleza de lo cotidiano

lunes, 17 de diciembre de 2007

Y esto no quiere decir que esté subestimando a mi profesión, o que me quite mérito; un arma tampoco serviría de mucho sin la habilidad y el coraje (y en definitiva el "charme") de quien la utiliza.

Sin embargo, creo que existe el prejuicio generalizado de que un superhéroe debería realizar grandilocuentes despliegues de artefactos de diseño italiano y última tecnología; de que se tiene que limitar a apretar botones como si estuviera haciendo zapping desde el sillón de su casa; de que a lo sumo podría condimentar la escena con frases marketineras, y usar un traje bien sexy que le resalte los pectorales (trabajados en un gimnasio y no en la lucha diaria contra los malhechores, claro está.) Porque para el común de la gente, el superheroísmo se convirtió en un mero espectáculo y dejó de ser visto como lo que realmente es: una profunda vocación de servicio a la sociedad.
Y si no están de acuerdo conmigo, incluso a riesgo de sonar reiterativo y ensañado, les propongo que miren alguna de las últimas aventuras de Batman. Pero déjenme decirles que existen también otras armas, que a simple vista parecen objetos inofensivos, comunes y cotidianos que no merecen la mínima atención. Y tal vez eso es lo que las vuelve tan poderosas.

20. Simbiosis héroe-arma

lunes, 10 de diciembre de 2007

Qué sería de un superhéroe sin sus armas; porque no todos tenemos la suerte de que nos practiquen experimentos extraños que luego salen mal, o de que nos bañemos en derrames tóxicos de una fábrica, o de que nuestros padres sean extraterrestres o seres sobrenaturales, etcétera. No todos disparamos sustancias extrañas de nuestras manos, ni tenemos una fuerza sobrehumana, ni levantamos objetos con la mente. Algunos (la mayoría quizá) somos simples personas que tenemos que conformarnos con aferrarnos a un objeto, a un arma, para tener súper poderes. Porque aunque siga con el problema de que mi pistolita aturdidora todavía dispara burbujas de vez en cuando, no podría salir a combatir sin ella. ¿Y sin mi capa? ¿Cuánto tendría que cobrar por mes para poder pagarme todos los remises que me lleven hasta la escena del delito?
Estoy convencido de que debo ser uno de los pocos entre mis colegas, que tiene la humildad suficiente como para reconocer que sin la tecnología no somos nada (o casi nada.) Y esto no quiere decir que esté subestimando a mi profesión, o que me quite mérito; un arma tampoco serviría de mucho sin la habilidad y el coraje (y en definitiva el "charme") de quien la utiliza.

19. Súper acalorado

lunes, 3 de diciembre de 2007

¿Cómo voy a hacer ahora con los días de calor que se vienen? Porque les puedo asegurar que con este traje te transpirás todo, hasta en lugares del cuerpo que ni sabías que existían. Mientras estoy en el aire dentro de todo la piloteo, porque hace más frío y te da todo el viento en la cara; pero en cuanto dejo de estar en movimiento y apoyo los pies en la tierra, me mojo de transpiración al instante. La capa en particular es muy pesada y calurosa, pero no me la puedo sacar porque nunca sé bien cuándo la voy a necesitar. Ahora digo yo: ¿tan difícil será diseñar un traje que sirva para combatir al mal en verano? Porque si los maratonistas, por dar un ejemplo, tienen ropa especialmente preparada para soportar el calor, no veo por qué los superhéroes no podemos disfrutar de los mismos beneficios; cuando claramente cumplimos una misión mucho más altruista que pasársela dando vueltitas a una pista. ¡Ah! Cierto que seguimos en categoría amateur, que somos unos parias. Y seguramente que en su tiempo libre, Bruno Díaz debe ser un fucking maratonista.

18. Súper atascado

lunes, 26 de noviembre de 2007

Estuve media hora arriba del colectivo, para avanzar apenas media cuadra. Me recriminaba el no poder salir volando adelante de todos los pasajeros, al mismo tiempo que miraba desesperado por la ventanilla y su paisaje inmóvil. Dos paradas antes, me había llamado la atención la mochila de submarino amarillo que cargaba un pibe algo bohemio, que pasaba caminando por la vereda de enfrente. Cuadra tras cuadra lo había visto con el mismo paso despreocupado, adelantándose a nosotros hasta que el colectivo se decidía a arrancar y lo dejaba atrás, para luego volver a frenarse y ver cómo el chico nos alcanzaba una vez más. Al final nos terminó llevando la delantera de forma definitiva, y desde mi ventanilla ya no se pudo distinguir el submarino de la mochila. Pero él iba disfrutando de su viaje a pie, y se había ahorrado la plata del boleto, y no tenía que oler la transpiración de otro pasajero, ni escuchar las conversaciones estúpidas de las dos viejas que viajaban adelante, ni sentir la ansiedad de estar inmóvil en el asiento sin poder avanzar un centímetro. Incluso ese pibe, así bohemio como era, posiblemente sin tener que cumplir con los horarios de una oficina, desafiando preocupaciones; ese pibe, podría haber llegado antes de las nueve a mi oficina si se le hubiese cantado la reverenda gana. Y yo, que necesito cobrar el presentismo si no quiero pasarme la última semana del mes tomando agua de la canilla; yo, estando ahí arriba con el boleto hecho un bollito, no pude llegar hasta las nueve y cuarto.

17. Un nuevo enemigo ataca

lunes, 19 de noviembre de 2007

A juzgar por lo que vi hoy en el espejo, ahora no sólo puedo volar sino que también puedo flotar. Me saqué la remera y aparecieron dos curvas a cada lado de mi cintura, como las asas de una tetera antigua. Hundí un dedo de costado, y pensé que ya no lo recuperaba más. Yo no puedo creer que esté con sobrepeso; porque si bien el trabajo de oficina es muy sedentario, luego me paso toda la noche gastando grandes cantidades de energía en combatir a los criminales. Muchas veces incluso llevo a cabo proezas físicas muy exigidas que deberían estar quemando calorías a borbotones, y en variadas ocasiones no tengo tiempo ni para comer. Sin embargo no sólo no estoy desnutrido, sino que dentro de poco mi cara ya no va a caber en la foto de mi DNI.
Francamente no logro entender cómo esos flotadores llegaron hasta ahí, pero parece que llegaron para quedarse.

16. Súper engamado

martes, 13 de noviembre de 2007

Una clienta estuvo cuarenta y cinco minutos seguidos (los controlé por reloj), discutiéndome que la cartulina que yo le estaba mostrando no era fucsia, sino rosa violáceo. Francamente no me importaba que fuera púrpura azulado, o un bordó con tintes de rojo anaranjado; yo sólo quería que se fuera con la bendita cartulina hecha un rollo. Incluso estaba por ofrecerle que se llevara el aparador entero sin pagar, para enviarlo a que le hagan pruebas en un laboratorio, y luego decidir si se quedaba con alguna de las cartulinas. Pero entonces dijo que no, que mejor no, que iba a quedar mejor en papel afiche. “¿Papel afiche? No nos quedó, señora.” Y obviamente hizo bien en no creerme.
Definitivamente este es el último fin de semana en que lo ayudo al tío con el local. A veces me pregunto si los clientes no me estarán estresando más que los villanos. Y también me pregunto si mi teléfono será rosita nomás, o si en realidad es color salmón.

Y ahora nos vamos para lo de Bartolo

jueves, 8 de noviembre de 2007

Lecturas en "Bartolomeo"
el ciclo de Daniel Gradar
“BARTOLOMEO"
Bartolomé Mitre 1525, Ciudad de Buenos Aires
lunes 12/11 20:00 hs.

Participarán:

  • Diego Monrroy
  • Jimena Gonzalez
  • Sebastián "Zaiper" Barrasa
  • Crispín Godoy (=YO)
  • Clarisa Luz
  • Coni Salgado
  • Gabriela del Tell
  • Mariano "Cuakerboy" Jegier
  • Sandra D'Ovidio
  • Gustavo Bertolissio
  • Alejandra Dening
  • Dario Mira
  • Quedás informalmente invitado

    martes, 30 de octubre de 2007

    Tacita gentileza de FERNANDO FALCONE

    Desde la mesa del rincón hacés barquitos de papel de servilleta, mientras esperás tu cortado en jarrito más café que leche. Endulzás a gusto. Revolvés muy bien. La espuma se disuelve y gira, como cuando te sentás para hacer tiempo, o en los domingos con amigos, o en tu primera cita. Revolvés de izquierda a derecha como las agujas del reloj de tu muñeca.
    Pero el 6 de noviembre, además, tendremos humo de historias invitando en nuestras tazas.


    6 de noviembre
    19:00 hs. en el Coffee Store del Centro Cultural Borges
    (Viamonte y San Martín, Microcentro, Ciudad de Buenos Aires, República Argentina)


    Venite así nos vemos.

    15. Súper arreglo

    martes, 23 de octubre de 2007

    Este domingo se canceló una salida que tenía planeada, así que aproveché para intentar arreglar mi pistola paralizante. Obviamente ya no quedaba ningún rastro del suavizante de la tintorería, pero de todas formas seguía disparando burbujitas.
    Saqué los destornilladores para desarmarla, y nuevamente me faltaba el tamaño que coincidiera exacto con los tornillos. Maldita la hora en que le compré el kit a ese vendedor ambulante, arriba del colectivo. Yo no sé en qué país los habrán fabricado (ni siquiera cuenta con la famosa leyenda de “made in...”) pero, de los siete que son en total, nunca encuentro un sólo destornillador que encaje justo con algún tornillo. De todas formas ya estoy acostumbrado, y con un poco de presión e ingenio pude desarmar la pistola completamente.
    Luego limpié pieza por pieza con un trapo humedecido en algodón, y las dejé secando al aire libre. Debo reconocer que rearmarla me llevó el doble de tiempo y de esfuerzo; y todavía resultó peor que, una vez que volvía a tener la pistola en mis manos, descubrí que me estaban sobrando tres tuercas y una arandela, que habían quedado apoyadas sobre la mesa. Desconozco si Don Murphy lo habrá incluido en su legislación, pero yo tengo la convicción de que siempre que uno desarma algo y lo vuelve a armar, le sobran piezas. Lo he demostrado empíricamente en más de una ocasión.
    De momento parecieran ser unas tuercas innecesarias, porque la pistola sigue sin desarmarse y recobró toda su capacidad paralizante. Eso sí: de vez en cuando se le escapan dos o tres burbujas.

    14. Súper Empleaducho

    miércoles, 17 de octubre de 2007

    Jamás abrí la boca en relación a mi identidad secreta adelante de un compañero de trabajo; y sin embargo mi jefe está profundamente convencido de que debo ser un superhéroe de esos que pueden hacer ochocientas cosas al mismo tiempo, rápido y sin cometer errores. Empezaron pasándome un par de pedidos para el archivo, después le agregaron tres proveedores a mi zona (de los cuales dos son exquisitamente problemáticos), y ahora también me enchufaron el control de las facturas.
    Todavía recuerdo cuando la vi venir a Laura cargando la pila de papeles; prácticamente le había quedado la cara escondida. “Cris, como estoy tapadísima de laburo, el Ingeniero me pidió que te pase estas facturas a vos.” Como no está muy bien visto pegarle a un compañero de trabajo (menos a una mujer), le intenté transmitir mi furia con mi cara de “no ves que yo estoy sobrepasado con los requerimientos de la auditoría y vos encima te la pasás pelotudeando con el teléfono”. Pero Laura no es muy buena interpretando el lenguaje de los gestos, y además inmediatamente ocultó mi cara tras la pila gigantesca de facturas que apoyó sobre mi escritorio. Luego siguió sonriendo y repitiendo como loro las mentiras del Ingeniero: “No te preocupes que es sólo por unos días. Igual andalo sacando cuando tengas un tiempito ¿eh? No te quiero jorobar con tu laburo, que también debés tener lo tuyo”, y soltó una de sus risas crispadoras de nervios. Después se dio vuelta y emprendió el regreso a pleno cadereo, como si para ese entonces todavía me estuvieran quedando ganas de mirarle la cola. Pero entonces se detuvo, levantó el índice y giro sobre sí misma: “¡Ah! El Ingeniero me pidió también que te pregunte si ya tenés listo lo de la auditoría; porque como pasado no viene a la oficina, lo quiere ver tranquilo mañana a primera hora.”

    Súper Chiquitín

    jueves, 11 de octubre de 2007


    13. No logo

    ¿Por qué no tengo mi propia canción? Algo que suene de fondo cada vez que aparezco en escena. Una música vertiginosa, acelerada, pegadiza, con mucho instrumento de viento y mucha percusión. Un hit. Está bien que “Súper Crispín” posiblemente no suene muy musical que digamos, pero hoy en día se escuchan cosas peores en la radio. Y encima tienen éxito.
    ¿Y logo? ¿Por qué no tengo logo? Siempre el traje liso, sin un mísero accesorio, sin una marca. Necesito que mi nombre se les adose a todos en la cabeza, no puedo seguirme manejando como un improvisado que comenzó ayer. Yo creo que si mi caso lo estudiara un marketinero se espantaría.
    Lo que pasa también, es que acá la gente sólo se preocupa por lo suyo. Somos una multitud de individualistas, y sólo nos volvemos solidarios cuando algo nos perjudica en forma directa. Estoy seguro de que si yo el día de mañana rescatara de algún peligro a un diseñador gráfico, o le salvara la vida a un compositor, seguramente tendría mi propia cortina musical y mi propio logo; y tal vez ni siquiera me cobrarían un peso. Pero lamentablemente, pareciera que las únicas personas en esta ciudad que siempre se meten en problemas son las jubiladas, los vendedores de feria, los que visitan el Rosedal de noche, y la señora que vende chipá a cinco cuadras de mi casa. Y a mí el chipá no me gusta.

    SuperVagancia

    domingo, 7 de octubre de 2007

    Preferible un colega vago, que una soledad hiperactiva.

    12. No hay forma

    martes, 2 de octubre de 2007

    La cuestión es que cuando me ve pareciera como si lo atacaran los nervios, porque entonces se le resbala la manguera y empieza a salpicar para todos lados; hasta juraría que se le debilita el chorrito.

    Mínimamente debe estar sospechando algo, pero no me imagino cómo pudo haber encontrado una pista. Mis cosas están muy bien escondidas en el departamento, y no las encontraron ni mis papás; está bien que mamá no es una fanática de la limpieza, y papá es medio autista, pero igualmente el portero nunca entra a nuestra casa. El teléfono rosita está en mi pieza, pero eso genera más sospechas acerca de mis preferencias sexuales que de mi súperheroismo. Estoy convencidísimo de que Burbujita es incapaz de contarle mi secreto a nadie. Para ponerme el traje me cambio en la terraza del edificio, y siempre tomo la precaución de cerrar antes con llave. Después me voy volando directamente desde ahí... No hay forma de que el portero me haya podido encontrar en alguna situación extraña.
    Bueno, al menos Burbujita puede usar el baño callejero con mayor tranquilidad, ahora que no se me paran a hablar.

    11. Cuidado con el portero

    jueves, 27 de septiembre de 2007

    A veces presiento que el portero se dio cuenta. Ya sé que debería cortarla con la paranoia, pero creo que esta vez va en serio. Casi todas las mañanas lo bajo a Burbujita antes de irme al trabajo, excepto que me haya quedado dormido otra vez y esté llegando tarde. Antes el portero siempre me daba algo de charla, y yo trataba de sacármelo de encima porque no existe un sólo día en el que no esté apurado (y aparte porque es un chismoso.) Pero desde hace unos meses lo noto como tenso; me dice “hola” bien bajito y con los labios prácticamente cerrados, y después se queda callado. A esa hora por lo general suele manguerear la vereda del edificio; porque olvídense de que vaya a pasar un trapo como corresponde, el se queda ahí parado con la manguera en alto, y mientras, le saca conversación a todo inocente que tenga la mala suerte de haber salido a la calle temprano. La cuestión es que cuando me ve pareciera como si lo atacaran los nervios, porque entonces se le resbala la manguera y empieza a salpicar para todos lados; hasta juraría que se le debilita el chorrito.

    10. Profesiones culposas

    lunes, 24 de septiembre de 2007

    Esta mañana mi mamá me preparó las tostadas con la usual dedicación... Haciendo arte con el tostador, meta y meta darlas vuelta, híper concentrada a pesar del sueño; "porque el desayuno es la comida más importante del día". Y si bien, tal como dije antes, su dedicación fue la usual, esta mañana hubo algo distinto; y fue que yo le presté una inusual atención mientras lo hacía. ¿Y por qué lo hice? Porque esas tostadas podrían tener gusto a manteca, a mermelada, incluso a carbón; pero a lo que más sabían era a culpa. Me da muchísima culpa verla siempre tan pendiente de mí, sumida en su tranquila ignorancia de tostador mientras, sin saberlo, tiene sentado en la mesa de la cocina a un superhéroe esperando por su desayuno. Pero luego me justifico con excusas que disfrazo de preguntas: ¿acaso los actores porno le andan contando a todo el mundo de qué laburan?
    Ya me la imagino a una actriz de este género, haciendo las compras con el changuito, y contándole a una vecina que se cruzó en el supermercado, anécdotas graciosas sobre una pose resbaladiza que le tocó filmar bajo la lluvia. O imagino también a un actor llegando a su casa, y ante el clásico "cómo te fue en el trabajo" de su mujer, contestándole que estaba muy contento porque le habían dado la escena protagónica, en donde el doctor se acuesta con siete enfermeras muy necesitadas.
    Siguiendo con el tema de la gente que no puede hablar abiertamente de su profesión, también me pregunto adónde dice que va una prostituta cuando le besa la frente a su pibe. ¿A cuidar a la tía Pochi que está muy enferma? ¿Otra vez? ¿Pero no era que vos y la tía Pochi estaban peleadas a muerte? Podría preguntarme algo similar respecto de los espías secretos, pero el mismo nombre de la profesión le quita sentido a semejante cuestionamiento. ¿Y en el caso de los políticos? ¿Qué tan sinceros son los políticos respecto de su trabajo? Francamente no tengo idea; lo único que sé es que las tostadas estaban buenísimas.

    09. Persiguiendo un colectivo

    jueves, 20 de septiembre de 2007

    Hoy salimos tarde del taller con los chicos. Serían alrededor de las diez y media de la noche, aunque según mi cuerpo eran directamente las cuatro de la madrugada. Como somos bastantes, y todos muy bien educados, siempre llevamos adelante una afectuosa ceremonia de saludo grupal; pero, claro está, la repartija de besos nos consume una cantidad de tiempo importante. Tiempo que, en este caso, coincidió exactamente con la espera del colectivo. Y allí estaba: inmóvil y embadurnado en baba ajena, a media cuadra de la parada, y con el ojo derecho torcido porque se acercaba el colectivo a velocidad de turno noche (lo que equivale a decir que venía muy rápido, salteándose los semáforos, y sin tener que sortear los obstáculos que impone el tráfico durante el día.) Hubiera sido tan fácil sacar la capa de la mochila y remontarme un poco, justo por encima de las cabezas de los chicos y del resto de la gente, tomar un envión pequeño pero poderoso, levantar apenas algo de viento, y volar hasta la parada. Hasta me hubiera sobrado el tiempo para sacar las monedas antes de que llegase el colectivo. Pero los chicos sólo conocen a Crispín (y Crispín no vuela); además creo que con una sola de mis identidades ya tienen más que suficiente, no necesitan ver a su ídolo utilizando sus súper poderes para cuestiones tan banales como no perder un colectivo. Y mucho menos necesito yo salir de la comodidad de mi anonimato, y exponerme a que todos descubran la verdad sobre la doble vida que llevo. En conclusión: una vez más me sometí a la humillación de correr hacia la parada como cualquier hijo de vecino, llegar con la lengua afuera y pegando saltos atolondrados de tanto esquivar baldosas sobresalidas (y viejas), escalar los escalones con la columna torcida, y mirarlo sumisamente al conductor por haberme dado un changüí extra; porque de haberse apurado, le hubieran bastado dos segundos para dejarme varado en la parada, con la frustración de haber corrido inútilmente enchastrándome el cuerpo en forma de sudor. Y después de mandarme toda esta explicación, ya ni les deberá interesar si llegué a tiempo a la parada. Simplemente digamos que después de las diez y media, el colectivo empieza a pasar cada una hora.

    08. La paradoja de los dos teléfonos

    lunes, 17 de septiembre de 2007

    Qué dilema cuando suena el inalámbrico del comedor en lugar del teléfono rosa. La mayoría de las veces puede ser un familiar con problemas inventados, un amigo que está aburrido, un vendedor desesperado, o incluso un inepto que no sabe marcar bien los números. Pero a veces puede suceder que me estén llamando por una verdadera urgencia, y entonces no sé qué hacer; porque el único que atiende el teléfono inalámbrico soy yo, y claro está que no tengo súperpoderes, ni armas indestructibles, ni puedo volar. En casos así posiblemente me resultaría muy tentador "avisarle" a Súper Crispín para que él se haga cargo de la situación, ¿pero cómo explico después que pude contactarlo, cuando sólo la Policía tiene su número? ¿Qué hago si la Policía rastrea las llamadas y descubre que el teléfono rosa nunca sonó? ¿Y si además descubre que la víctima llamó a mi casa para pedir ayuda?

    07. Turno con el clínico

    jueves, 13 de septiembre de 2007

    Mientras estaba sentado en el consultorio, me preguntaba si acaso los médicos no eran superhéroes socialmente aceptados. Veía a mi clínico anotando letras conflictuadas en su recetario, y no podía evitar sentir un poco de bronca. Él salvaba vidas como yo, pero no arriesgaba la propia. Él también usaba uniforme, pero su delantal de médico no le tapaba la cara (a lo sumo de vez en cuando usaría un barbijo.) Él contaba con un equipo de gente asistiéndolo, no tenía que apechugarla solo contra los malos. Él trabajaba entre cuatro paredes, en un consultorio moderno y eternamente perfumado, con una linda secretaria, internet, teléfono, y demás facilidades. No tenía que cumplir sus misiones a la intemperie, a seis grados bajo cero, en plena tormenta. Él tenía el respaldo de agrupaciones protectoras de sus derechos, tenía una jubilación esperándolo dentro de unos años. En lo que a mí me toca, la legislación en materia de superheroísmo sigue siendo una deuda pendiente en nuestro país, y tengo que estar nadando todo el tiempo en una laguna legal. Él podía estar presente para hacerse cargo de sus logros, recibir los agradecimientos de la gente, escuchar sus elogios, sentir sus abrazos. Yo siempre tengo que mirar el noticiero desde mi sillón, y ver cómo la policía se lleva parte del crédito por mis éxitos. O en el mejor de los casos, ver con impotencia como todo el cariño de la gente se queda trunco, porque su héroe es alguien anónimo e imposible de encontrar.
    Para este médico era fácil decirme que tenía que cambiar mis hábitos para dormir, prescribirme la pildorita intragable, hablarme como si yo tuviera cuatro años. Él podía acostarse temprano porque no tenía que salir a la calle de madrugada; podía quedarse en casa junto a su familia, porque no iba a sonar ningún teléfono rosa que lo obligue a salir para salvar esta ciudad. Él no tenía que conservar un empleo diurno y otro nocturno. Él no tenía que estar inventándole excusas a sus afectos todo el tiempo, ni ocultando su verdadera identidad, porque para él era un orgullo refregarle su profesión en la cara a todo el mundo. En cambio yo tengo que moverme continuamente en la clandestinidad, como si fuera un criminal más de los tantos que combato. Tal vez mi papá tenía razón cuando quiso que me anotara en Medicina. A lo sumo me hubiera quedado sin dormir en las épocas de exámenes.

    06. Luchando por lo que es mío

    lunes, 10 de septiembre de 2007

    - Si esperás un ratito, ya debe estar por llegar mi señora. Seguramente va a traer algo de dinero.
    - Más les vale que ese "algo" sea arriba de ciento cincuenta.


    A la hora y media llegó la mujer. Apenas me vio puso cara de fastidio, luego lo miró al marido y se quedó como paralizada.

    - Ay, ay. Recién vengo del médico y estoy bastante dolorida - y se metió en el mostrador agarrándose la parte baja de la espalda.
    - Mire señora, hace una hora y media que estoy esperando que su marido me de ciento cincuenta pesos para poder reponer la capa que me perdieron ustedes.
    - Pero nosotros no tenemos tanta plata encima. ¿Por qué no esperás unos días más? Seguro que en esta semana devuelven la capa - y pude observar la segunda cara lastimera del día. Simplemente no lo soporté:
    - ¡Me devuelven mi dinero o les rompo todo el negocio!
    - Mirá, - dijo la señora, que aparentemente ya no estaba tan dolorida porque se podía agachar en el mostrador con una agilidad milagrosa. Sacó una caja de zapatos del último estante y la abrió enfrente mío - esta es la recaudación de hoy. Como verás nos están comiendo las polillas. Llevate cien pesos, o seguí esperando a que te traigan la bendita capa. -

    Casi enloquecido desenfundé la pistola paralizante. Primero apunté al señor y luego a su mujer. Apreté el gatillo: sólo salieron burbujitas. Maldito suavizante que le ponen a la ropa en las tintorerías. Y maldita mi memoria, que nunca me recuerda que tengo que sacar las armas del traje antes de llevarlo a lavar. El señor sacó un billete de veinte y se lo dio a su mujer: "Dale ciento veinte, pero que se vaya de una vez."
    Convengamos en que ciento cincuenta pesos por una capa usada está bastante bien. Ahora puedo aprovechar para modernizarme un poco, y comprarme una capa que esté de moda; total sólo tengo que poner unos pesos más. Pero por otra parte creo que esta experiencia me traumó, al extremo de estar considerando la posibilidad de ahorrar esa plata para poder comprarme un lavarropas más adelante.

    05. Vengo en busca de mi capa

    jueves, 6 de septiembre de 2007

    Hoy volví a la tintorería. Esta vez estaba el señor atendiendo, con una imitación perfecta de la sonrisa de su esposa. Me dijo que todavía no había aparecido la capa, que espere unos días más. Cuando le dejé bien en claro que esta era la última vez que pisaba ese local cambió la cara, también de una forma parecida a la ciclotimia de su mujer. Si tengo que serles honestos, me decepcionó que el negocio no estuviese más lleno, porque había ido con todas las intenciones de armar un poco de escándalo. De todas formas empecé a levantar la voz, aunque sólo nos separara un mostrador berreta. Le dije que si no estaba la capa, quería ciento cincuenta pesos en reemplazo:

    - Pero no nene, si la capa esa estaba usada.
    - Estaría usada; pero si ahora voy a un negocio no me la venden por menos de ciento cincuenta.
    - Yo te entiendo, pero soy un simple empleado; me van a descontar la plata del sueldo - y puso cara lastimera.
    - Ese no es mi problema. Yo también laburo, a mí nadie me regala las capas. ¿Quién me va a pagar todos estos días que estoy parado sin trabajar? ¿Usted me va a devolver la plata que llevo gastada en taxi? El otro día se me fueron setenta mangos en un taxi al Tigre - en realidad fueron cuarenta y cinco, pero lo agrandé un poco. - Yo no tengo la culpa de que ustedes le hayan dado mis cosas a cualquier persona.
    - Bueno, mirá, vamos a hacerla corta: te puedo dar sesenta pesos.
    - Ya le dije que la capa sale ciento cincuenta. Si quiere nos cruzamos los dos a "La casa del superhéroe" y se fija usted mismo.
    - Pero más no te puedo dar, no tengo plata en la caja.
    - Entonces llame al dueño para que le traiga.
    - No está.
    - ¿No tiene el celular para llamarlo?
    - Lo que pasa es que está de viaje por España - y lo decía sin mover un músculo, con la misma precisión con la que podía poner su cara lastimera.
    - ¿Pero usted me toma por idiota? Que use una malla toda ajustada no quiere decir que sea un imbécil. Si tiene ganas de actuar vaya a estudiar teatro, - hice una pausa involuntaria porque me había puesto muy nervioso - o acaso usted pretende que yo me trague eso de que su señora y usted sólo son empleados, ¡por favor! Los dos tienen como sesenta años, trabajan juntos, y cada vez que vengo están cebando mate con sus nietitas.
    - Está bien, está bien, tranquilizate un poco. Como nosotros somos muy honestos, te vamos a dar la plata. Imaginate que llevamos como cuarenta años en el barrio, y no nos vamos a ensuciar por una cosa así.
    - ¡Claro! Imagínese si ustedes se llegan a ensuciar; podrían terminar perdidos para siempre en una tintorería - el hombre hizo como si no me escuchara.
    - Si esperás un ratito, ya debe estar por llegar mi señora. Seguramente va a traer algo de dinero.
    - Más les vale que ese "algo" sea arriba de ciento cincuenta.

    04. En la tienda de cómics

    lunes, 3 de septiembre de 2007

    Hoy pasé por la puerta de una comiquería en plena calle Corrientes. Había una cola infernal de gente, ya fuera porque la casa era muy buena o el local muy angosto. Toda esta gente seguramente no diría que está comprando en una comiquería: ellos van decir con mucho convencimiento que están en una tienda de "comics". Y seguramente estén en lo cierto; porque a mí también se me dio por entrar, y entonces me encontré con todos superhéroes extranjeros: la liga de la justicia con quórum absoluto, orientales de armaduras zodiacales y fosforescentes, y también mucho pseudo-héroe improvisado, de poderes inverosímiles y nombres impronunciables. Obviamente no faltaban las historietas de Batman (en todas sus reencarnaciones y cambios de imagen), ni sus álbumes de figuritas, tazas, pósters, remeras, y hasta los muñecos de toda la parentela (el comisionado, la bati-chica, Robin, los villanos, y todo un gentío adicional que desconozco.) Eso sí: les puedo asegurar que no había un sólo producto de Súper Crispín, ¡pero ni uno sólo! (ni siquiera un mísero pin.) No sé si anotarme en un curso de goma eva, refrescar mis conocimientos de primaria en relación a la arcilla, o desempolvar la plastilina; pero voy a tener que autogestionarme y generar mi propio merchandising. Como servidor de la comunidad, me encuentro ante el deber moral de no contribuir a esta continua invasión anglosajona (y tampoco me vendrían mal unos pesitos extra.) Soy consciente de que me tengo que dar a conocer un poco mejor, porque hay toda una muchedumbre allá afuera esperando por superhéroes más reales, ídolos con los que puedan identificarse. No necesitan más de estos metrosexuales con ayudantes siliconadas; que por miedo a despeinarse el jopo, prefieren utilizar aparatejos de última tecnología antes que pegar una buena trompada. A estas alturas nadie va a creer que con sólo apretar un botón, y pronunciar dos o tres frases trilladas, se pueden eliminar todos los problemas de una ciudad. Sin embargo, estos chicos siguen malgastando todo el dinero de sus padres en cachivaches importados porque no tienen una propuesta local. Estos chicos, además, probablemente nunca se llevaron a nadie a la cama, ni tienen amigos. En definitiva: estos chicos están muy desamparados, no tienen un referente, y por lo tanto necesitan productos de un verdadero superhéroe; me necesitan a mí. Y también necesitan de un buen dermatólogo.

    03. En el cyber

    jueves, 30 de agosto de 2007

    Seguramente Batman debe tener una computadora último modelo, con un bati-mouse óptico e inalámbrico. Yo en cambio me la paso golpeando el mouse contra la mesa, y soplando la bolita que tiene en la base; porque puede ser que sea una pelusa lo que lo está trabando constantemente. O tal vez sea que estoy en un cyber mugroso que no se molesta en invertir un sólo peso en tener mejores equipos, o al menos equipos decentes. O quizás sí pusieron plata, pero acto seguido la gente se afanó las web cams, los auriculares y hasta los puertos USB. Y por eso ahora estoy haciendo memoria para acordarme dónde está el acento y dónde la letra "ñ", porque la mitad de las teclas están gastadas y el teclado está configurado en inglés. Por eso también estoy sufriendo cada palabra; porque la barra espaciadora se traba y me deja unos tres renglones en blanco hasta que la logro desbloquear. Tres renglones que luego tengo que borrar espacio por espacio, porque prefiero apretar mil veces la tecla de borrado que tener que seguir peleándome con el mouse. Quién sabe, de haber nacido en otro país, si ahora no estaría lleno de plata; pero trabajo de superhéroe en el tercer mundo, donde nada resulta tan compacto, aerodinámico y fácil de usar como el bati-mouse.

    02. De capa caída

    martes, 28 de agosto de 2007

    Este último fin de semana anduve de capa caída. Bah, ni siquiera eso porque me la perdieron. El sábado estaba bastante apurado, porque me habían avisado de la comisaría que había un robo con toma de rehenes en el casino de Tigre (ahora que no puedo volar tardo el doble en llegar a cada lado; decir que hace años que pido siempre al mismo radio taxi, y como me conocen, enseguida me mandan auto.) La cuestión es que ya estaba listo para salir, cuando pasé por al lado del espejo y me detuve dos segundos para acomodarme el escudo, que me había quedado un poco torcido. Parecía un bañero de la década del veinte, con una de esas ridículas mallas colorinche de una pieza que se usaban en la época. Francamente la capa siempre te viste, te da otra presencia; en especial cuando hay un poco de viento y flamea. Para colmo el traje me hacía bolsa en la entrepierna, un poco de defecto en la cintura, y parecía diez kilos más gordo. Tengo que admitir que me estuvieron saliendo algunos rollitos últimamente, sobre todo en la cintura, y con la capa los disimulaba un poco mejor. No sé de qué estoy engordando, porque entre los dos trabajos no tengo tiempo ni para comer. Mi mamá me dice que es por la mala alimentación, que como muchas porquerías recalentadas, me salteo comidas, almuerzo a cualquier hora, no mastico y me atraganto. Y no crean que soy un fanático de la estética, pero mi gente espera verme espléndido. Corrijo: mi gente exige verme espléndido, jamás perdonarían que su héroe no esté en forma. Las personas cuando te idolizan son absolutamente despiadadas, no te dejan pasar una. Y la prensa es todavía peor. Seguro que Batman debe tener su propio entrenador personal y por eso siempre luce divino, pero explíquenme cómo hago para pagarme un personal trainer cuando tengo que gastar cuarenta y cinco mangos en un taxi hasta Tigre. ¡Cuarenta y cinco mangos! Le voy a rendir los viáticos al Comisario, pero de acá a que me los paguen... Ellos sólo son rápidos y expeditivos a la hora de compartir el crédito por mi trabajo. Mientras tanto voy a tener que luchar metiendo panza.

    01. Accidente en la tintorería

    viernes, 24 de agosto de 2007

    Si llegan a encontrar algún error de tipeo voy a estar más que justificado. Tengo tanta bronca que quiero apretar una tecla, y termino presionando unas cinco a la vez con el mismo dedo. Les paso a contar:
    Recién vuelvo de la tintorería. Nunca suelo llevar mis cosas a lavar afuera, pero este finde mamá se fue a una convención del trabajo. Tuve que trotar un poco, porque me cerraban a las ocho y salí menos cuarto de casa (me colgué, a veces sucede.) Tampoco podía volar porque la capa estaba en la tintorería. Últimamente con el smog que hay flotando en el aire de la ciudad, te mandás dos o tres vuelos y enseguida se te llena toda la capa de mugre.
    Llegué y estaba la señora (atiende un matrimonio, deberán andar por los sesenta). Me saludó muy amable; pero yo, que vivo combatiendo el crimen y las he pasado feas, no pude con mi genio desconfiado y se me dio por revisar las prendas. Tres veces revolví la bolsa, ¡tres veces! No podía encontrar la capa. La señora finalmente borró la sonrisa y empezó que no podía ser, que me volviera a fijar, que nunca antes le había pasado, que si estaba seguro de que no la había dejado en mi casa, etc.
    No le quedó otra más que reconocer que le habían dado la capa por equivocación a otro cliente. Imagínense que no todos los días le llevaban una a la tintorería como para que no se acordara de haberla lavado. Le pedí que me diera la plata, porque yo no puedo estar sin la capa, la utilizo para laburar. La vieja no quería saber nada, a lo sumo aceptaba darme veinte pesos. Por más que esté requeterecontra usada, yo no puedo comprarme una capa por menos de ciento cincuenta (y estamos hablando de una capa medio pelo, con regulación de altura manual y sin anti-réflex.) Hasta tuvo la desfachatez de decirme que la capa era de lona y que no era de marca. ¡Ja! Una Kent auténtica, justo. ¿Qué puede saber esa vieja de capas? A Batman seguro que no le harían estos desplantes; pero como siempre en este país nadie le da apoyo al superheroísmo, seguimos sobreviviendo en categoría amateur.
    La vieja se empacó todavía más y me dijo que o agarraba los veinte mangos o esperaba, y por más ganas que tuviese no le podía pegar a una mujer, mucho menos a una de edad avanzada. Al final quedamos en que le daba tiempo hasta el próximo viernes, para ver si en el interín la persona que se había llevado la capa la devolvía. Honestamente, a estas alturas la debe estar usando de loneta para hacer picnics en el Rosedal.