Mientras estaba sentado en el consultorio, me preguntaba si acaso los médicos no eran superhéroes socialmente aceptados. Veía a mi clínico anotando letras conflictuadas en su recetario, y no podía evitar sentir un poco de bronca. Él salvaba vidas como yo, pero no arriesgaba la propia. Él también usaba uniforme, pero su delantal de médico no le tapaba la cara (a lo sumo de vez en cuando usaría un barbijo.) Él contaba con un equipo de gente asistiéndolo, no tenía que apechugarla solo contra los malos. Él trabajaba entre cuatro paredes, en un consultorio moderno y eternamente perfumado, con una linda secretaria, internet, teléfono, y demás facilidades. No tenía que cumplir sus misiones a la intemperie, a seis grados bajo cero, en plena tormenta. Él tenía el respaldo de agrupaciones protectoras de sus derechos, tenía una jubilación esperándolo dentro de unos años. En lo que a mí me toca, la legislación en materia de superheroísmo sigue siendo una deuda pendiente en nuestro país, y tengo que estar nadando todo el tiempo en una laguna legal. Él podía estar presente para hacerse cargo de sus logros, recibir los agradecimientos de la gente, escuchar sus elogios, sentir sus abrazos. Yo siempre tengo que mirar el noticiero desde mi sillón, y ver cómo la policía se lleva parte del crédito por mis éxitos. O en el mejor de los casos, ver con impotencia como todo el cariño de la gente se queda trunco, porque su héroe es alguien anónimo e imposible de encontrar.
Para este médico era fácil decirme que tenía que cambiar mis hábitos para dormir, prescribirme la pildorita intragable, hablarme como si yo tuviera cuatro años. Él podía acostarse temprano porque no tenía que salir a la calle de madrugada; podía quedarse en casa junto a su familia, porque no iba a sonar ningún teléfono rosa que lo obligue a salir para salvar esta ciudad. Él no tenía que conservar un empleo diurno y otro nocturno. Él no tenía que estar inventándole excusas a sus afectos todo el tiempo, ni ocultando su verdadera identidad, porque para él era un orgullo refregarle su profesión en la cara a todo el mundo. En cambio yo tengo que moverme continuamente en la clandestinidad, como si fuera un criminal más de los tantos que combato. Tal vez mi papá tenía razón cuando quiso que me anotara en Medicina. A lo sumo me hubiera quedado sin dormir en las épocas de exámenes.
07. Turno con el clínico
jueves, 13 de septiembre de 2007
Publicado por Súper Crispín en 19:12
Etiquetas: Súper Crispín
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1 comentario:
Notable relato sobre la dura vida de un súper héroe!!!
Super Crispín sufre por ser pionero, pero las futuras generaciones de super héroes (criados en la escuelita de Bea y Crispín) le estarán eternamente agradecidos!!!
Abrazo! (y que continúe el super heroísmo. Es más, yo pediría su inclusión en Cruzagramas)
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