26. No me puedo ni bañar tranquilo

lunes, 21 de enero de 2008

Resulta que me estaba acomodando la cofia para meterme en la bañera, cuando justo escuché que estaba sonando el teléfono rosita. Me enrollé rápido con el toallón y salí corriendo a atender; aunque en realidad no entiendo para qué me tapé, si mis papás se habían ido a una cena. Debo reconocer que sufro de un exceso de pudor (y pueden creerme que es así, en especial viniendo de una persona que vive ocultándose detrás de una máscara.)
Me senté en mi cama y atendí con el tubo aprisionado entre el hombro y la oreja derecha, así podía aprovechar que me quedaban las manos libres para ir subiéndome las medias. Si bien no me gusta ponerme ropa limpia sin haberme bañado antes, una vez más el deber me estaba llamando con urgencia (aunque en realidad el que me estaba llamando era el comisario.) Me enteré entonces de que en el patio de comidas de un famoso shopping de la capital (que no puedo nombrar porque aún no conseguí auspiciantes para mis aventuras), un grupo de tres bellas damiselas corría serio peligro: las acechaba el sátiro de la silla, un archifamoso rufián que siempre ataca a mujeres que estén reunidas en número impar, y dispuestas a almorzar juntas.

3 comentarios:

Diego M dijo...

¿El "sátiro de la silla"? muy bueno!!! jajaja
Super Crispín siempre atento para defender a esas pobres e indefensas damas!!!

Coni Salgado dijo...

Es como si escribieras monólogos para teatro o algo así...

simple y rico en imágenes!

Beso

Andru dijo...

Y como siempre, Supercrispín venció...me contaron. Ya el color rojo no tiene sabor sillas robadas.